La izquierda y las elecciones:
Ayudando a construir el patíbulo en el que van a ahorcarla
Frecuentemente escucho a militantes izquierdistas expresar su impotencia en relación al alcance de esta campaña electoral: Si gana la derecha, dicen, la expoliación, el despotismo, el dogmatismo serán políticas públicas que gobernarán sus vidas. Su angustia se acentúa cuando advierten las erráticas acciones de sus dirigentes que, dando ventajas al enemigo, aún hoy no sellan una alianza política para evitar este presagio. Esto me hace recordar el cuento sobre aquel condenado a muerte que desde su celda observaba, día a día, como sus afanosos celadores construían, paso a paso, el patíbulo en el que lo iban a ahorcar.
¿De dónde procede esta impotencia? Se ven desarticulados, sin estrategias, sin líderes audaces que sepan devolverles el coraje con el que se enfrentaron al inmenso poder de la derecha en las campañas electorales del 2005 y del 2011. A ello se añade la imagen enajenada, preñada de debilidad y calculadamente publicitada, que de ellos ha elaborado la derecha.
Ciertamente, la actuación de Ollanta ha marcado a fuego la desazón presente. El triunfo electoral del 2011 fue una demostración del potencial político de los sectores que querían el cambio. Ese fue el símbolo esencial de esa victoria: un triunfo popular que sabiendo que no podía transformar, aún, el Estado, merecía, por lo menos, tomar los bastiones del gobierno. Pero la historia es astuta: la pareja presidencial, consagrada por acciones efectistas (levantamiento en Locumba), entrenada en el maniqueísmo (decían ser nacionalistas), y seducida por la eficacia letal de la política económica neoliberal, rompió la alianza con sus socios izquierdistas y dejó el gobierno entero en poder de la derecha. Fue la historia de una epopeya popular que forjó una gran victoria para que no cambie nada.
¿No es acaso todo esto un acicate para refundar las estrategias que permitan actuar inteligentemente en esta campaña? Desde Mariátegui, la visión parece ser unívoca; los objetivos, similares; las actividades, parecidas. Pero responder a la pregunta estratégica ¿cómo lograr los objetivos? ha sido y sigue siendo un campo minado, una tarea áspera y fragosa. Sobre todo cuando se intenta vencer a la derecha con un arma inventada por ella, el individualismo metodológico, que explica los fenómenos sociales desde el carisma individual: eso justifica el caudillismo de sus líderes, la actuación instrumentalizada de sus operadores, y la oferta del éxito personal con la que encandilan a los electores. En cambio, para la gente de izquierda, formada en el paradigma estructuralista, las acciones individuales son eficientes cuando expresan, básicamente, los intereses de la sociedad. Y estos intereses, en esta coyuntura, solo pueden ser defendidos si se le restituye a la gente de izquierda y a los sectores progresistas el capital simbólico que representa su unidad, la que les permitiría luchar competitivamente en estas elecciones. Necesitan, en una perspectiva estratégica, actuar juntos para medir fuerzas con sus opresores. En el plano más práctico, cohesionados, recuperarían su espacio de centro-izquierda para la propaganda social, la educación ideológica y la organización política.
Paradójicamente, Rosa Mavila, anunciando su postulación al Congreso por el Partido Humanista, declara: "Creo que la confrontación frente a un gobierno eventualmente autoritario debe ser sostenida con una bancada sólida, intentando ingresar por distintos frentes al Congreso de la República". Nada más errático que enfrentar este proceso electoral anunciando el eventual triunfo de la derecha (quiere ser congresista para actuar “frente a un gobierno eventualmente autoritario”). Y nada más débil, estratégicamente, que querer lograr este objetivo “intentando ingresar por distintos frentes al Congreso de la República”. Esta declaración no solo devela la pobreza de metas, sino que hace explícito (y pone en vitrina) un razonamiento común de aquellos dirigentes que, con la ilusión de alcanzar algún puesto en el Congreso, se esmeran en ir separados en estas elecciones. Este razonamiento, calificado por Sinesio López como “ceguera estúpida de los líderes de la izquierda”(Diario La República del 26 de noviembre), es suicida. Marcha a contracorriente de la sentencia de Sun Tzu. “No tiene importancia que nuestras tropas no sean mayores en número que las del adversario, te sobra con que no avances insensatamente. Lo que debemos hacer es simplemente concentrar toda nuestra fuerza disponible, vigilar atentamente al enemigo y obtener refuerzos”.
Independientemente de los resultados formales de las elecciones internas en los frentes de centro izquierda, ¿tendrán Gonzalo García y Verónica Mendoza la talla de líderes que se necesita en esta coyuntura? ¿Tendrán el coraje y la audacia de luchar contra todo interés mezquino, y echar por la borda toda capilla que impida construir la alianza política imprescindible para cambiar los ejes del debate electoral y para la movilización de todos los humillados y ofendidos de este régimen?