La Feria del Libro y el tamaño de la Historia
(A propósito de la presentación de mi libro Perú, ciencia, tecnología e innovación social. Hechos, redes de poder y discursos)
¿Cuáles son las causas que no nos permiten producir y gestionar la ciencia, la tecnología y la innovación, de manera que satisfagan la cobertura, calidad y pertinencia adecuadas para el crecimiento económico y el desarrollo social? Y, teniendo en cuenta que habitamos un escenario social y natural privilegiado (somos un país pluricultural, multiétnico y uno de los mayores centros mundiales de recursos genéticos) ¿qué tipos de conocimientos debemos construir y cómo debemos gestionarlos para hacer sostenibles nuestros sistemas productivos, sociales y ambientales?
Sobre estos temas comentaban Inés Carazo y Modesto Montoya en la presentación de mi libro y coincidimos en que la mejor posibilidad que tenemos para alcanzar el desarrollo humano sostenible implica redefinir el papel del conocimiento en la visión de país que queremos construir. Por ello, mientras opinábamos, observando las reacciones del público, advertí el potencial de los libros para evaluar el presente y abrirnos al futuro. Y empecé a preguntarme ¿Cuán eficaz es, realmente, la labor del escritor para producir cambios sociales?
Esto hizo que vinieran a mi memoria retazos de nuestra historia en los que los libros más valorados fueron los que lograron conectar a sus autores con una visión de futuro. En este sentido, llegué a la conclusión -contradiciendo a Pareto-, que en nuestro país la historia de los libros no es un cementerio de élites: la escritura en el Perú está marcada a fuego por sus contradicciones sociales, por sus enormes fracturas que impiden el pan y la belleza.
Allí está, para recordárnoslo, el primer libro lleno de pasión que se escribió en este país y la trágica historia de su autor: Sus dioses les habían anunciado que llegaría el día del juicio final. Pero, con la llegada de los españoles, los indios e indias del Perú -desde una visión kafkiana- comprobarían, en su deshonra diaria, que el juicio final no era solo un día, sino un martirio permanente. En aquel dramático escenario ¿podemos imaginarnos la ansiedad de aquel indígena ayacuchano, nacido un año después del asesinato de Atahualpa, enviando al rey Felipe III un informe en el que, documentando la terrible situación de los pueblos indígenas, reclamaba una relación distinta entre las culturas andinas y europeas? Este hombre, llamado Huamán Poma (águila y puma en quechua), estaba seguro que cuando su escrito, al que llamó “Nueva Crónica y Buen Gobierno”, fuera leído por el rey de España, éste comprendería la necesidad de crear una sociedad intercultural, y ordenaría a los abusivos invasores acabar con tanto atropello.
La enorme confianza de Huamán Poma en el poder de la escritura tuvo que irse debilitando poco a poco y transformarse en amarga desilusión cuando esperó toda su vida, hasta su muerte en 1615, sin recibir respuesta alguna. No sabemos cuál fue la reacción de Felipe III cuando leyó la “Nueva Crónica…”, o si realmente llegó a recibirla. Lo que sabemos, es que fue descubierta, trescientos años después, refundida en la Biblioteca Real de Dinamarca. Lo que hoy sabemos, también, es que si el rey de España la hubiera leído, nada iba a hacer para cambiar las inhumanas condiciones de vida implantadas por saqueadores y mercenarios españoles en el virreinato del Perú. Los dados ya estaban cargados.
Cuatrocientos años después de la frustración de Huamán Poma, a comienzos del siglo XX, Alejandro Deustua escribía: “somos un conglomerado de fuerzas físicas, biológicas, síquicas y sociales que la civilización no ha conseguido unir todavía”.
Hoy, los actores del siglo XXI, podemos afirmar que la situación es parecida. El faro de la modernidad de la civilización occidental no ha podido iluminarnos, porque los hechos, las redes de poder y los discursos referidos a la producción y gestión del conocimiento en el Perú se mantienen enraizados en el eurocentrismo del subsistema cultural; en el modelo primario exportador del subsistema económico; y en el empirismo del subsistema político. El Estado arrastra una herencia colonial que no le permite promover la afinidad electiva entre interculturalidad, economía innovadora, democracia participativa y sostenibilidad ambiental.
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Visitando los stands de la 36a Feria del Libro y escuchando a los escritores en la presentación de sus obras, creo reconocer la misma ansiedad, ilusión y desilusión de Huamán Poma, en aquellos que confían en el poder de la escritura, sobre todo en aquellos que documentan la realidad social y esperan que se produzcan los cambios sugeridos.
Sin embargo, a pesar de las dificultades, documentar los hechos, los juegos del poder y los discursos de los acontecimientos es, también, una manera de promover la libertad, la equidad y la solidaridad para derivar de ellas la legitimidad requerida en nuestra compleja sociedad que sigue exigiendo, desde Huamán Poma, la construcción de un Contrato Social, inteligente e intercultural, todavía inconcluso.