¿NO CREES QUE DEBERÍAMOS HACER UNA IGLESIA PARA LOS ATEOS?
Me enervan estos días en los que (casi) todos empiezan a vivir el rito navideño con un entusiasmo desmedido: A falta de familia, recuperan amigos y recuerdos. A falta de dinero, están los regalos baratos de “Gamarra” o de “Mesa Redonda”. A falta de estrellas en el cielo, bastarán las luces titilantes de bombillas que cuelgan en ventanas y balcones.
Hace muchos años, en un ajetreado día de navidad, Gustavo Valcárcel me contó que cuando estuvo desterrado en México, había vivido situaciones desgarradoras (en que todo lo vivido / se empoza, como charco de culpa, en la mirada). Allá comprendió a Vallejo, más que nunca.
"Habían días terribles. En uno de esos días, recibí la noticia de la muerte de mi madre. Y no me permitieron venir a a su entierro".
(Alzo los hombros y camino alzo la vida y me derrumbo es tan amargo, tan difícil todo…
Oh, triste octubre endomingado las dos de la mañana sin madre y sin Perú.)
“Tratando de atenuar tanto sufrimiento, empecé a caminar sin rumbo. Hacía mucho frío. Me sentía tan triste… tan deprimido. En algún momento, dos mujeres y un hombre me rodearon. Debieron haberme visto desolado. ‘Hermano, pasa’ me dijeron. Me dejé llevar. Era una iglesia y estaban celebrando misa. El ambiente adentro era agradablemente cálido. Las personas que me hicieron pasar palmearon mi hombro y me ofrecieron un asiento. Y de repente, las palabras sonaron luminosas: ‘La muerte no existe, hermanos. Nunca mueren las personas que amamos’. Era el cura el que hablaba. Yo sentí cerca a mi madre. A intervalos, todos cantaban. Hubieras visto sus rostros, había tanta esperanza en ellos. Al final de la misa, un anciano y una niña se acercaron a abrazarme.”
“…Tú sabes, yo ya era ateo en ese tiempo. Y sigo siéndolo. Pero recuerdo que era tan cordial todo lo que pasaba en esa iglesia… Sentí que volvía a ligarme con mi humanidad a través de los otros (¿eso significa re-ligare, religión?). Sentí que necesitaba a los otros… que nada era sin los otros.”
“…Te aclaro que yo no veía en ello ni la presencia ni la voluntad de un dios. Pero lo que pasó aquella vez, me hizo comprender que todos, incluso los ateos, necesitamos ritos para renovar nuestra fe en nosotros y en los otros.“
Después de contarme todo aquello, fue cuando Gustavo me hizo la pregunta: -¿No crees que deberíamos hacer una Iglesia para los ateos?
VICTOR CARRANZA